2.1. Características de la Oralidad. De acuerdo a Halliday
"contrariamente a lo que piensa mucha gente, la lengua hablada es, en su totalidad, más compleja que la lengua escrita en su gramática;
la conversación informal y espontánea es, gramaticalmente, la más compleja de todas”. Su estructura es totalmente
densa e intrincada, y esto la dota de una riqueza
inigualable.
2.1.1. Su espontaneidad
e inmediatez. La expresión
oral se improvisa y se
planifica mientras se emite, y no está sujeta a una revisión previa. La construcción
de un texto escrito es totalmente
diferente, pues puede planearse cuidadosamente antes de que el receptor acceda
a sus contenidos.
2.1.2. Su inestabilidad. No suele quedar registro de lo hablado, excepto en la memoria del oyente (que suele adaptar lo escuchado
a sus propios esquemas) y en algún ocasional registro.
Es por ello que la escritura es el soporte de la memoria, mientras que la oralidad se transmite por recursos mnemotécnicos que le garantizan una trascendencia,
ciertamente restringida e inestable. De hecho, la escritura
nace por la dificultad que significa para la memoria la retención de grandes
segmentos textuales.
2.1.3. Su dependencia del oyente. El lector del texto escrito tiene una tremenda autonomía con respecto al emisor (el autor): un texto puede ser escrito y leído con largos intervalos temporales
entre ambos momentos. En el caso de la oralidad, es necesaria
la presencia de emisor y receptor en el mismo acto de comunicación; los contenidos se van construyendo
a medida que el emisor habla,
modificándose incluso (en estructura, calidad e intención) de acuerdo
a las reacciones del oyente.
2.1.4. Su riqueza. En la expresión oral están presentes estrategias de carácter
suprasegmental (Barrera y Fracca, 1999), es decir, elementos que, más allá de la lengua, enriquecen y complementan
lo
que el hablante dice: actos, gestos, sonidos,
silencios, vacilaciones...
Hay, además, toda una carga emotiva, ambiental, psicológica, temporal,
íntimamente vinculada al momento de expresión
oral y a los que
participan en él (“contexto situacional de origen”).
2.1.5. Su dinamismo. La lengua oral cambia continuamente por acción grupal, respondiendo
a las necesidades de la sociedad hablante y a
sus realidades sociales, intelectuales, espirituales e históricas.
2.1.6. Su formulareidad.
El discurso oral se basa en “fórmulas” (Parry, 1971). En efecto, es necesario repetir ciertas fórmulas o segmentos
del habla para poder ayudar a la memoria, algo que salta a la vista en la publicidad radial y televisiva.29
2.1.7. Por último, a través de la oralidad se expresan particularidades dialectales y personales (edad, sexo, ideologías,
sentimientos, carácter) del hablante y del oyente. Todos estos elementos suelen perderse en la codificación escrita, a no ser que se describan minuciosamente
Es evidente que nos enfrentamos
a un fenómeno complejo.
Esta complejidad queda reflejada en esta breve
descripción del acto oral: “[El hablante] tiene que controlar
lo que acaba de decir y determinar si
concuerda con sus intenciones, al mismo tiempo
que enuncia la expresión en curso,
la controla y plantea
simultáneamente su siguiente nunciado para ajustarlo al patrón general de lo que quiere decir, mientras vigila, además, no sólo su propia actuación, sino su recepción por parte del oyente. No posee
un
registro permanente de lo que ha dicho antes, y sólo en circunstancias especiales puede tener notas que le
recuerden lo que va a decir a continuación”30
A pesar de la importancia
del lenguaje hablado,
la escritura ha tenido siempre un status más importante
De hecho, se considera
“prehistoria” (con todos los valores connotativos asociados al término) a aquel periodo de
la evolución humana en el que no se manejaban las herramientas y destrezas de la codificación escrita. Quizás
se considere a la escritura como un paso evolutivo que ha llevado al desarrollo
socio‐económico y político de muchas civilizaciones, y, por ende, sus etapas anteriores
parezcan “inferiores”. La transmisión oral queda, pues, rodeada de prejuicios e ideas como “secundario”, “imperfecto” e “incompleto”. Como indica Halliday: “estamos tan rodeados de la lengua
escrita que apenas podemos
concebir la
vida sin ella”31
A través de la palabra hablada aprendemos
buena parte de las prácticas que constituyen nuestro
diario vivir. Gracias a
él, como apuntara Octavio
Paz en su libro
“El arco y la lira”,
somos lo que somos.32
“La
oralidad‐la expresión
de la palabra hablada‐ es la forma más natural, elemental y original de producción
del lenguaje humano. Es
independiente de cualquier
otro sistema: existe por sí misma,
sin la necesidad
de apoyarse en otros elementos. Esta característica la diferencia de la escritura,
estructura secundaria y artificial que no existiría
si, previamente, no hubiera algún
tipo de expresión oral”
(W.
Ong, 1987).
2.2. La cuestión
de la formulareidad. La formulareidad es una de las características más interesantes para quien estudia la función poética o textual del lenguaje. Se trata de la recurrencia de fórmulas o grupos de palabras empleadas regularmente en las mismas condiciones métricas para expresar una idea
esencial dada que le confiere a la oralidad
un carácter más bien circular o repetitivo.
Formulareidad implica la no‐importancia de la originalidad, éste último un concepto
que se comienza a cultivar en el romanticismo. Anteriormente, la oralidad había cultivado el uso de fórmulas que se
repetían para darle ritmo al canto y también para ayudar a la memoria. La Grecia homérica "cultivaba,
como una virtud poética e intelectual, lo que nosotros hemos considerado como un vicio" (Ong1987:32). Quizás la crítica de Platón a los poetas,
en el Fedro, se debe al nacimiento de la escritura
y con ella el choque de la mente moldeada por la escritura con la mente de la oralidad; ya perdida para siempre.
La
fórmula es entonces una repetición que se da en diferentes
lugares de un texto, o en diferentes
situaciones. Para comprender lo que es una fórmula,
pensemos en las expresiones de saludo.
Al saludar repetimos ciertos
segmentos, tales como hola, ¿qué tal? ¿Cómo estás?
y esperamos en la respuesta otros como hola, bien, etc. Estas expresiones se encuentran aisladas o en grupos de varias de ellas y significan únicamente 'te saludo', no esperándose encontrar ninguna información
referencial en ellas. Más bien sirve a la economía
del lenguaje,
en el sentido de que no necesita de mucha creatividad.
En
la escritura, la
formulareidad se encuentra en un grado muchísimo menor que en la
oralidad; el lector
no
espera normalmente encontrar fragmentos repetidos, salvo en algunos estilos de poesía escrita o quizás
en cierto tipo de documentos,
como en las cartas, en los escritos
jurídicos, donde la fórmula dice del tipo de documento pero donde la información
nueva está reducida al máximo. Es por ello que el lector
espera encontrar la idea escrita como "nunca tan bien expresada" (citado en Ong 1987: 30). Si el oyente
encuentra, bueno lo que se repite, lo prefabricado y lo
disfruta, el lector no lo estima.
Brown y Yule (1993)
hacen referencia a la necesidad de la repetición para ayudar a la memoria, en el caso de la lectura de noticias, tanto en la radio como en la televisión. Los espacios
noticiosos, que constituyen la lectura de textos escritos, implican también una intromisión de la oralidad
en la escritura: comienzan generalmente con la lectura de los titulares, siguen con el desarrollo de la noticia en sí y retoman
antes de terminar, nuevamente,
los titulares de las noticias más importantes,
como para recordarle al oyente o televidente lo que ha oído. Es curioso, sin embargo, que esta manera de "recordatorio" se encuentre también
en formas
escritas muy formales,
como en los artículos científicos, donde el resumen inicial y las
conclusiones cumplen en gran medida la función de recapitular.
La causa de esto encuentra quizás sus raíces en el prestigio lingüístico que mantiene la lengua escrita
sobre la oral, transmitido del poder que sostienen quienes manejan la palabra escrita sobre quienes no lo hacen. La brecha se hace enorme en la sociedad latinoamericana,
porque la distancia existe no solamente entre quienes usan la escritura para fines cotidianos y quienes la utilizan profesionalmente, sino
entre quienes la conocen y
quienes, o bien no la conocen
para nada, o bien manejan apenas rudimentos de ella para fines elementales. Los hablantes suelen considerar
su propio lenguaje como
"defectuoso, antigramatical,
deformado, impropio y deficiente de una manera u otra" Estos juicios se
derivan de concepciones derivadas de la lengua
escrita y no de la hablada.
Según Brown y Yule, oralidad y escritura le plantean
a los usuarios exigencias diferentes,
porque las señales paralingüísticas solamente existen en aquella. Por una parte se le exige al escritor
suplir estas señales con otras convenciones.
Por la otra, la exigencia
que se pone al hablante
es la de realizar una serie de operaciones en el momento, para poder cumplir
con la comunicación, pero tiene la ventaja de poder cambiar el
próximo texto en función de la reacción
que ha manifestado el
oyente hacia el
actual.
Así
dicen Brown y Yule: Tiene que controlar
lo que acaba de decir y determinar si concuerda con sus
intenciones, al mismo tiempo
que enuncia la expresión
en curso, la controla
y plantea simultáneamente
su siguiente enunciado para ajustarlo al patrón general de lo que quiere decir, mientras vigila, además, no sólo su propia actuación,
sino su recepción por parte del oyente. No posee un registro permanente
de
lo que ha dicho antes, y sólo en circunstancias especiales puede tener notas que le recuerden lo que va a
decir a continuación (Brown y Yule, 1993:23).
En
literatura el texto es definitivo, y solamente se expresan dudas con respecto
a textos anteriores
en los estudios filológicos, por ejemplo. En la literatura medieval un texto puede haber variado según la sucesión de copistas que haya intervenido en su difusión,
según las diversas convenciones ortográficas y
asimismo, según la procedencia dialectal de estos obreros de lo escrito, quienes podían influir en la transmisión del original. Hay que recordar
que hasta hace muy poco la fidelidad del texto era una virtud desconocida.
La escritura nace sobre todo por la dificultad
que
significa para la memoria
la retención de grandes segmentos, sobre todo, para su retención exacta. La cita textual es un invento tardío en la historia de la humanidad,
antes mucho más generosa
en compartir su propiedad
intelectual que ahora. Es el
romanticismo, con su intensificación de lo individual, quien rompe con la intertextualidad gratuita que se conservó
hasta el Medioevo.
Muchos de los prejuicios
que
tenemos sobre la oralidad
nos vienen del prestigio que ha tenido la escritura en los estudios
escolares; otra hubiera sido la historia si la hubiéramos asociado más a la música. La oralidad es secuencialidad sonora, una línea en el tiempo que se transmite entre hablante y oyente,
una línea de sonidos
que se desvanecen al desaparecer la emisión. Al igual que la música, su vida
es efímera, a menos que se traduzca al medio escrito
o se conserve
por medio de los métodos de grabación. El hablante transmite
un mensaje que debe modularse con una melodía, estar acompañado
de
un cierto ritmo y seccionarse con espacios libres, también al igual que la música. La lengua hablada
acompaña su mensaje musical con la entonación, el ritmo y la pausa, de forma muy semejante que la voz que canta. Por lo tanto, pensar desde la música y no desde la escritura, como se hizo, nos hubiera
llevado más lejos
en la comprensión de la lengua de todos los días.
Según Blanche Benveniste
(1998) el partir de la escritura, para estudiar
la oralidad, permitió que se arrastrara la tradición de la lengua escrita a la lengua oral. Por ejemplo en la elaboración de unidades como
palabra, frase o párrafo, que no tienen una directa correlación con las unidades del habla. La misma
oración podría no ser una unidad fundamental de la oralidad. Según esta escritora, el estudio de la oralidad
hará revisar muchos de los principios de análisis además
de las unidades, los conceptos
como la coordinación, el complemento, etc. Se da, a nuestro
modo de ver, esta transferencia, en el concepto
de
paratono, cuando
se entiende que en el discurso oral hay unidades estructurales que adoptan
la forma de "párrafos del habla" (Brown y Yule, 1993:133). Si bien se entiende la idea de que el paratono engloba una estructuración prosódica
mayor, no se explica por qué la necesidad de partir de la escritura
para darle nombre a
algo que nace y muere en la oralidad.
Blanche‐Benveniste propone el término "pre‐texto" para los borradores y los estados intermedios que asume un texto escrito antes de ser puesto en circulación y dice "la
mayor parte de las producciones
orales deben ser tratadas como "pre‐textos". (Blanche‐ Benveniste, 1998): 22). Este concepto
tiene una fuerza descriptiva indudable
desde el punto de vista del analista y quizás para lo que es la "sensación"
del hablante de emitir algo inacabado en todo caso de aquel que sabe escribir. Sin embargo, no debemos olvidar que, precisamente,
esa
es una de las grandes diferencias entre los dos sistemas.
La preparación de la escritura y la improvisación de la oralidad.33
2.3. El lenguaje y la oralidad.
El lenguaje verbal humano
nos permite convertir la experiencia con el mundo y
con la realidad en un sistema complejo
de significaciones, en una configuración semiótica. A esta facultad de representación de la realidad, Jean Piaget la denominó la función simbólica. En este sentido,
el lenguaje es ante todo un instrumento utilizado por el hombre para interpretar
la
realidad objetiva,
psíquica y social. De esta manera, el lenguaje cumple una de sus funciones básicas: la de ser un instrumento por medio del cual aprendemos a significar y a expresar
a otros lo significado.
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