La
vida en sociedad ha requerido de un sistema eficiente de comunicación y ha sido precisamente el lenguaje lo que ha promovido la socialización. A la vez, es el lenguaje lo que distingue
al hombre de los animales. Dentro de
las formas de lenguaje, es la oralidad la forma más remota y a la vez la
que se adquiere, individualmente, primero.
La aparición
de
oralidad, como sistema de expresión,
es muy antigua y se corresponde con otras características de la especie humana,
tales como el andar erguido y el uso de instrumentos, todo lo cual data de alrededor de un millón de años 21
El
lenguaje ha sido definido
como un hecho social por ser exterior con relación a las conciencias
individuales, en el sentido
de que lo adquirimos como algo que ya existe cuando nacemos y porque ejerce una acción coercitiva sobre esas mismas conciencias, de modo que el adquirir una lengua y no otra modela de alguna manera nuestra
forma de pensar. Esto implica, para nuestra concepción de la oralidad, que ella solamente puede darse cuando existe un oyente individual o colectivo, real o virtual. También implica que la lengua es dinámica
y cambiante; Sin embargo, este cambio se da en el colectivo y no por la acción
de un solo individuo.
La oralidad ‐la expresión de la palabra
hablada‐ es la forma más natural,
elemental y original de producción del lenguaje humano.
Es independiente de cualquier otro sistema: existe por sí misma, sin la necesidad de apoyarse en otros elementos. Esta característica la diferencia de la escritura, estructura secundaria y artificial que no existiría si, previamente, no hubiera algún tipo de expresión oral22
La oralidad es un sistema
simbólico de expresión, es decir un acto de significado dirigido de un ser humano a otro u otros, y es quizás
la característica más significativa de la especie.
La oralidad fue, entonces, durante largo tiempo,
el único sistema de expresión de hombres y mujeres y también de transmisión de conocimientos y tradiciones. Hoy, todavía, hay esferas de la
cultura humana
que operan oralmente, sobre todo en algunos pueblos, o en algunos sectores
de nuestros propios países y quizás de nuestra propia vida. Pensemos, por ejemplo, en la transmisión
de
tradiciones orales como la de los cuentos infantiles en Europa, antes de los hermanos Grimm, o en la transmisión de la cultura
de los páramos andinos en Colombia,
o en las culturas
indígenas del país. Aún para los habitantes de la ciudad, la transmisión de muchas esferas del saber se da por vía
oral: los conocimientos culinarios son una de ellas,
a pesar de haber innumerables libros dedicados
a la enseñanza
de
la cocina. Prueba de ello es, quizás, la
proliferación de los programas televisados sobre este particular.
Para Walter Ong, la función social básica y fundamental de la oralidad consiste
en permitir las relaciones sociales, pues la mayoría de las actividades cotidianas se llevan a cabo a través de la oralidad; tanto que las relaciones se interrumpen cuando
se deja de hablar
a alguien. Sin embargo, y a pesar de lo anteriormente dicho, la escritura es el sistema de expresión que mayor prestigio tiene, sin tomar en cuenta que los conceptos de oralidad y escritura
hacen referencia solamente
a dos modos distintos
de producción del lenguaje,
cada uno con sus características y sobre todo con sus normas propias de funcionamiento. W. Ong (1987) señala el hecho de que se considera prehistoria a
todo aquello que sucede antes de la aparición
de
la escritura. Por ello, al proponernos el estudio
de la oralidad llevamos con nosotros el prejuicio que implica el proceder de culturas escritas, o de culturas no sólo orales23
El hecho de haber nacido en un medio en que la escritura
es parte de nuestra cotidianidad nos confiere
una determinada estructura cognitiva de la que no podemos deshacernos
para comprender cabalmente la oralidad. En otras palabras,
a pesar de nuestros esfuerzos
científicos por abarcar la oralidad,
no estamos libres de la escritura. Ello tiene muchas
desventajas, pero tiene también
una
ventaja desde una visión etnográfica y es que el proceder de la otra cultura,
de la cultura escrita,
nos permite cierta distancia para estudiar la cultura
oral24
Algunos de estos prejuicios se relacionan con el proceso mismo
del estudio de la lengua. Para estudiar el lenguaje
distinguimos, desde Saussure, entre lengua y habla: la primera social en su esencia e independiente
del individuo y la segunda, individual. La primera, un
producto que el individuo interioriza pasivamente y la segunda,
un acto de voluntad y de inteligencia, de creación. El conocimiento
de
la lengua no puede llevarse a cabo sin un proceso de abstracción; para el conocimiento del habla, del uso tanto
oral como escrito, tenemos
datos concretos. Es por esta razón, que cuando hablamos de escritura tendemos a confundir o bien a relacionar la escritura con la lengua, por
el prestigio que tiene esta última, olvidándonos que tanto oralidad
como escritura son facetas del habla, no de la lengua, porque son instancias del uso del lenguaje.
La
abstracción de la competencia lingüística nos lleva a
postular la perfección del lenguaje, simplemente porque el análisis lleva a la simplificación y la generalización
que
realizan tanto los lingüistas como los niños, es decir, la búsqueda del sistema
subyacente de las reglas
del lenguaje. Chomsky por ejemplo,
define el uso de la lengua como inacabado con respecto a su conocimiento, debido al cúmulo de errores que cometemos. Distingue así entre la competencia, el conocimiento que el hablante‐oyente
tiene de su lengua y el desempeño, el verdadero uso del lenguaje en situaciones concretas. Solamente
en casos ideales, sería el desempeño
reflejo ideal de la competencia25
Por
alguna inexplicable confusión, la escritura
toma el lugar del sistema
en la mente de algunos investigadores y no se sitúa en el lugar
que le corresponde, es decir, como una de las facetas del habla. De
modo que, la escritura,
por estar despojada de una serie de características que provienen del sonido, como son por ejemplo la entonación, el ritmo, las pausas y otros
que forman parte del sistema de la
lengua, se interpreta como lo perfecto, y
la
oralidad en lo imperfecto, problemático y difícil
de
estudiar.
Un ejemplo de esto es la idea de juntura en fonética. Se define juntura como una
pausa brevísima, imperceptible, que une dos "palabras"
de
la lengua. Se diferencia que eso me gusta de queso me gusta, porque evidentemente
hay dos estructuras
subyacentes distintas. Sin embargo, no hay que olvidar que lo que percibimos es un alargamiento vocálico
y acentos distintos, quizás,
pero la "juntura" en sí, la unión de dos palabras, se da porque la escritura nos dice que hay elementos
separados que en el sonido están juntos; porque tomamos lo abstracto como el material primario. En otras
palabras, el que junta o une es el analista, no el hablante. Para él los elementos no se unen, están ya unidos.
Como
señala Blanche‐Benveniste26 la descripción del lenguaje oral no
es posible sin lo escrito, ya que mal
podemos recordar grandes fragmentos
de oralidad sin recurrir
al otro sistema. Además, porque el procedimiento de descripción tiñe de escritura
la gramática que elaboramos de la lengua oral. Las categorías que atribuimos a la oralidad están transferidas
de
la escritura, sin que se adecuen a menudo para describirla. Halliday, por su parte,
afirma que "estamos tan rodeados de la
lengua escrita que apenas
podemos concebir la vida sin ella"27
Con
relación a la supuesta imperfección de la oralidad
y lo acabado de la escritura, Blanche ‐ Benveniste propone que los inacabamientos,
titubeos, repeticiones, etc. que pudieran aparecer
a primera vista como apuros de la producción pueden
ser más bien reveladores
de funcionamientos esenciales de la lengua28.
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